miércoles, 31 de agosto de 2016

SALTAR DE NUEVO

Las balas silban, algunos de los tuyos yacen en la tierra, agarrarse a la vida no depende de uno, la guerra te supera y sientes en tu ser la vulnerabilidad y la pequeñez. Y aún así, das el salto para salir de la protección de la trinchera y avanzas y puede que llegue cierta paz al final de la jornada si llegas vivo.

El único sentido la supervivencia.
Vivir y morir en el campo de batalla deja huella.

Los supervivientes nunca volverán a experimentar esa máxima intensidad.
La vida se concentra en la vida.
Y en la muerte.
No hay otra cosa.

Volver a la vida civilizada, al trabajo, a la familia, al afán diario, ¡Ah!, al principio sabe a gloria, pero poco a poco el entramado cotidiano te va envolviendo hasta el ahogo, y el sentido de esa vida recuperada te va dejando seco, hastiado, falto de un no sé qué.

Los pómulos se recubren de grasa, se recupera el vientre, te duchas cada mañana con agua caliente.
Y empiezas a ver más cadáveres vivos a tu alrededor que en el campo de batalla.

Las heridas cicatrizaron, y sabes que es ahora cuando empieza todo.
Ni la cal viva va a acabar con las recurrentes pesadillas.

Hay que volver a pegar el salto y salir de nuevo de esta trinchera, aunque no haya barro sino terciopelo y calefacción.

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