martes, 21 de julio de 2015

VALIENTE Y ESFORZADO

“ Espera con paciencia al Señor, sé valiente y esforzado. Sí, espera al Señor”
Zach Johnson estaba recitando este salmo de la Biblia, con los ojos cerrados, por eso no reaccionó con júbilo a pesar de haber ganado el torneo más importante del mundo: El British Open.
Fueron el murmullo del público en el green del 18, al fallar Louis Oosthuizen el putt de birdie, y el abrazo de su caddie, los que le sacaron del trance en el que estaba sumido.
Zach Johnson no tiene la potencia de los jóvenes golfistas de la última generación, tampoco tiene el swing perfecto de muchos jugadores de academia. Ha sido y es más un trabajador incansable que un jugador dotado con un talento natural. Con un grip fuerte, con la cara del palo cerrada arriba en el swing, es su movimiento de piernas potente, el que le lleva a hacer un swing medido y repetitivo, trabajado hasta la extenuación, hasta conseguir una naturalidad que persiste en los momentos de máxima tensión. Eso es lo que quieren y buscan los grandes golfistas, un swing natural que resista la presión  cuando se están jugando los torneos ante los mejores jugadores del mundo.
Zach Johnson no buscó el swing perfecto, buscó su swing, el suyo.

 Un tío original, 39 años, de Iowa, padre de dos hijos, de un único amor, su mujer, religioso, lleno de fe en si mismo, humilde, un tío que jugando ante otros que le sacan 30 metros con el drive, no se arruga, sigue firme aprovechando sus cualidades y no pensando en las de los rivales, un competidor feroz, decidido, paciente: “ Sé valiente y esforzado, espera al Señor”.

Y ha ganado en St. Andrews, en Escocia, en la cuna del golf. El campo con más solera del mundo, que con su diseño natural, sigue enamorando a todos los jugadores. Golf genuino, nada de atletas culturistas, artistas del golf. Qué pena que el gran Tom Watson, que se ha despedido este fin de semana del British, no rematara su hazaña, hace tres años, para ser el primero en ganar un British con 60 años. Campos que recompensan la sabiduría y la habilidad por encima de la potencia bruta.

En su discurso espaciado por los silencios emocionados, Zach Johnson, fue superando la zozobra, y mencionó, sin olvidarse de nadie, a todos a los que debía gratitud. Homenajeó a sus fieros rivales y ensalzó su grandeza, habló del mejor amateur, valoró el inmejorable estado del campo. Y dejó para el final al Señor.
Era su forma de reconocer que todos somos insignificantes, pero la fe nos hace gigantes, invencibles cuando los astros se alinean a nuestro favor. Sólo es cuestión de trabajar incansablemente, repetir la letanía hasta el agotamiento, también la mayoría de las veces, cuando una vez más, se ha perdido o no se ha pasado el corte. “ Espera al Señor”.
Zach Johnson es ya una leyenda. Ha ganado dos grandes, los más grandes entre los grandes. Masters en el Augusta National,  y El Open en St. Andrews.
El humilde trabajador de Iowa, está en el olimpo junto a Bobby Jones, Sam Snead, Ben Hogan, Nicklaus,  Gary Player, Tom Watson, Seve , Faldo, Tiger.
Otros mejores que él, se siguen quejando del tiempo, de la mala suerte, de las jorobas del terreno.
Pero Z. Johnson va a seguir ahí, abrasando las banderas, metiendo los putts, esperando al Señor, confiando valiente y esforzado, agradecido a su familia, reverenciando a sus maestros.
David ante Goliat.



lunes, 20 de julio de 2015

CERRANDO LOS OJOS

El cuerpo siempre puede un poco más.
La mente puede aquietarse hasta la libertad y la fluidez.
No es el milímetro imposible lo que persigue el pintor, es otra cosa.
Los árboles viejos y gigantes cambian el curso del viento y crean su propia atmósfera.
El azul del cielo no es azul.
El mar es gris.
Yo soy más, pero no me atrevo.
Las casas abandonadas gritan.
Los perros nos dan lecciones y levantan la pata.
A los pájaros cantores no les gusta exhibirse.
El maestro siempre pronuncia una palabra menos.
La lejanía es violeta, como el alma.
Yo tengo un secreto, y cada vez que lo sueño, me sorprende lo estúpido que soy.
La piedra y el cristal se gustan y se buscan.
Las nubes, siempre las nubes.
Hay que mirarlas en silencio.
Como a las mujeres.




viernes, 17 de julio de 2015

UN TROTAMUNDOS EN EL TOUR

Svein Tuft. Anduvo tres años de vagabundo con una bicicleta, un perro y un carromato con sus escasos enseres. Cruzó desiertos mejicanos y estadounidenses, superficies heladas en Alaska, se defendió de los lobos en noches oscuras y solitarias, en páramos inhóspitos. Todo eso lo hizo al abandonar su casa a los diecisiete años en busca de soledad y fortaleza mental.
Svein era un atleta del alma, pero con esa bicicleta y la única compañía de su perro, fue moldeando sus piernas y su corazón, y llegó a ser un verdadero atleta también del cuerpo.
La primera vez que se oyó hablar de Svein Tuft (Langley, Canadá, 1977) fue en los juegos de Pekín de 2008. Se disputaba junto a la gran muralla la prueba olímpica de ciclismo contrarreloj, y ese desconocido de 31 años ocupaba el primer lugar de la clasificación, por delante de corredores consagrados. Finalmente acabó séptimo, pero su actuación tuvo repercusión mundial, y empezaron a escribir sobre su aventura personal. Poco después de los juegos, gano una medalla de plata en los mundiales contrarreloj, en Varese.
Ahora con 38 años, está corriendo el Tour de Francia, en el equipo Orica, es un tipo duro y admirado que se parte el pecho por sus compañeros de equipo. Fue en 2013 cuando debutó en el tour con 36 años y marcó un récord en el ciclismo moderno como el rookie más veterano.
Durante la temporada de ciclismo profesional, se ha asentado en Andorra, y ahí se siente bien. “ Abro la ventana y sólo veo la montaña y la naturaleza”.

Esta información la podéis ver de forma más completa en un artículo brillante de Fernando Llamas, enviado del periódico Marca, cubriendo en estas fechas la información del tour de Francia. Su artículo se titula : ” El tipo más duro del pelotón"

miércoles, 15 de julio de 2015

SORPRESAS COTIDIANAS

Paseo por Madrid, calle General Pardiñas, entro en una libreria de segunda mano, me atiende un librero joven, argentino. He visto en el escaparate “ Conversaciones con Al Pacino”, de Lawrence Grobel. Pregunto el precio, 2€, es un libro bien editado, de tapas duras, con una muy buena foto de Al Pacino en su portada. Lo compro.
Eso es Madrid, encontrarás el restaurante más caro y más absurdo, y un libro que es una joya por menos de lo que cuesta una cerveza en un tugurio.
Sencillamente, hay que quitarse las etiquetas del cerebro.

JUVENTUD

En un viaje en tren hacia Sevilla, junto a mi padre, hace ya algunos años, cuando mis hijos estaban todavía en edad escolar, él me preguntó si alguno de ellos seguiría mi vocación artística.
Le respondí que no, y él contestó: “ Menos mal, ninguna familia resiste dos generaciones de artistas”.
Además de que eso no es verdad, y estábamos en el terreno del humor y las risas, luego la vida viene con su corriente y nos desdice a todos.
Reyes está en Bellas Artes, pinta como quien canta, y canta como si hablara. Hace unos vídeos de imágenes y músicas inspiradas, aprendo de ella, aprendo de los que vienen a renovarnos, los tiempos cambian, mi corazón se abre, comprende, se emociona.
Aunque yo sigo en mi caballete pintando rostros y cerros, y la pintura de siempre seguirá por siempre.
Pero qué importa la pintura, veo los ojos de Reyes y me lleno de frescura y de su alegría.
¡La pureza de la juventud incontaminada! , no cambies nunca, Reyes. Sigue en tu sueño que es más real que toda la triste y pesada burocracia de la vida muerta y opaca de los que sólo piensan en ganancias y seguridades.
Escucho mientras escribo a Melody Gardot, ella hace canciones que parecen rescatadas de la eternidad, la belleza sigue expandiéndose, qué falso que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Lo mejor siempre está ahí, tras el último cerro del horizonte.

viernes, 10 de julio de 2015

LO INNOMBRABLE

Tengo la extraña sensación, cuando aparece la palabra Dios, que entro en un terreno vedado, que como en el antiguo testamento, Dios, Yahvé, es o debería ser el innombrable.
El que pronunciaba la palabra Dios, era castigado con la pena de muerte, tal era el respeto que se tenía a Dios.
Hoy, sencillamente siento que soy ignorante, que no sé, me adentro furtivo en tierra prohibida, empequeñezco lo ilimitado estableciendo fronteras conocidas, queremos hacer un Dios a nuestra medida, y Dios está fuera de toda escala, si buscas dentro de tus propios límites no vas a encontrar más que lo que ya te pertenece, vas a encontrar algo que ya es conocido.
Las palabras zozobran, el dios barbudo y colosal de la capilla Sixtina es bellísimo, pero es un hombre como nosotros.
Es como recorrer un cuarto cerrado a oscuras y encontrar de pronto el interruptor, enciendes la luz y te encuentras con las cuatro paredes que te confinan.
En mi hay una querencia de belleza, de bondad, de inteligencia, una querencia hacia lo total, siento eso en mi corazón, lo intuyo también con el cerebro, pero la luz absoluta es una laguna sin bordes, un espejismo, corta todas las conexiones, te lleva más allá , hasta donde no llegan las palabras, hasta el misterioso silencio sonoro, dejo de pronunciar cualquier vocablo.
Esa necesidad está en mi, existe en el hombre desde las cuevas de Altamira, necesitamos una conexión con la magia, con lo trascendente, con el sueño, con el arte, con la religión.
Pero lo titulan, le ponen nombre, y entonces parece un cuento.
Yo me arrodillo ante el misterio.
No le puedo poner nombre.

No cierro ninguna puerta, abrir una ventana hacia ese misterio es siempre válido, no entierro ninguna cultura, abrazo cualquier tentativa de aproximación hacia lo mejor.
Puedo entrar en el templo y arrodillarme ante el cuerpo de Cristo , sublime Rondanini, la última figura que esculpió Miguel Ángel.
Puedo entrar en la capilla y permanecer en silencio ante los cuadros de Rothko, y cerrar los ojos, y sentir esa luz en la misma oscuridad resplandeciente, la misma reverberación, el mismo misticismo.
La palabra de Buda puede ser revelación.
El científico nos puede hablar de la fusión de los átomos.
Al final arrodíllate, y siente.
Tenemos las palabras pero que no te llenen la boca.

jueves, 9 de julio de 2015

MATAMALA II





El duende se sube al coloso, el gigantesco roble nos ha tendido su brazo roto y Belén trepa hasta su copa.

Allí abarca toda la vista del valle, el horizonte azul perdiéndose en la calima del verano.
Y descubre el secreto del gigantesco árbol, un gran hueco en el mismo centro de su tronco.
Ella lleva tiempo queriendo encontrar respuestas, pero Dios no habla, sus respuestas no están constituidas por las huecas palabras, sus signos son otros, a veces sutiles señales, en otras ocasiones contundentes hechos que agujerean las tierras o la quimérica eternidad de los gigantescos robles.
Es la vida y la muerte que están indisolublemente unidas.
Pero el roble quebrado vuelve a mostrar sus hojas verdes, Belén tiene la respuesta en si, sólo que no se mira en el espejo, a pesar del silencio ella sigue con su alegría imperecedera, está salvada y no lo sabe. Parece, ahí subida, oculta entre el ramaje y el verdor, el gran alma del coloso.
Todo está agrietado, es la esencia de la vida.


OTROS SERES







Hace tiempo que murió Iru, yace en la ladera de la montaña bajo el inmenso pino.

Estos últimos días, he paseado con Max, perro de aguas, y he recordado tanto a Iru.
Max nos acompañaba inseparable en nuestros paseos, se instalaba en la sombra del gigante roble, paciente, si íbamos hacia otro lado él venía,  dormía a los pies de la cama. Si le dejábamos en la casa, nos recibía alegre, a nuestra vuelta. Apoyaba su cuerpo contra mis piernas para sentirse lleno de afecto.
Que ternura, no sé, ¿están los ángeles en el corazón de ciertos animales?
En cualquier caso, cuánto se aprende al lado de Iru, de Max, bajo la sombra del gran gigante del valle, el rey de la montaña,  que permanece majestuoso aún cuando recientemente un rayo quebró una de sus inmensas ramas.
El silencio de la montaña, el abrasador sol de Julio en Castilla, los prados abrasados, los enebros resistentes y erguidos, los tábanos, la brisa reparadora, la paz de Max, sentado bajo el imponente roble, no hacía falta rezar, lo sagrado reinaba en el valle ardiente.