martes, 20 de marzo de 2018

MARIANO FORTUNY

Fortuny en el Prado.
Creo que es el pintor con mejor toque, con el grafismo alado que todo pintor quisiera tener, con el don y el talento exacto para la pintura pura.
Quizá abusó de arabescos y pinturas detallistas de casacones aterciopelados, pero eso le hacía ganarse la vida muy bien, y además lo hacía como un buen torero gustándose en su temple y al natural.
Al ver sus estudios de paisajes, breves bocetos casi vacíos, sentía que nadie, verdaderamente nadie, ha pintado tan bien la levedad. Morandi y Zoran Music, por poner dos ejemplos de pintores tan cercanos al despojo y a la humildad, al desapego de la brillantez, caerían rendidos ante esa acuarelas sencillas y esos óleos de paisajes místicos, apenas el cielo azul y una tierra vacía sin referencia alguna. Y son cuadros de un virtuoso que deja atrás todo efectismo y pone ante nuestros ojos una pintura inmaculada, esencial, hasta los físicos cuánticos verían la revelación en esas pinturas milagrosas e inspiradas. La desintegración de millones de átomos que conforman el sueño de la materia y a la vez los límites y los contornos forman sucesivas apariencias de un todo armónico integrado en una realidad superior. Eso lo explica Fortuny con pigmentos y un pincel único y mágico.
Él si llegó a la pincelada total a la que aspiraban los pintores Zen.
Y el matiz sorprendente del color, en las sombras y en la luz, un color suyo, elegante, de una sobriedad brillante en la que armonizan los contrarios.
Me gustó también ver al Fortuny mecenas, mentor del niño pintor prodigio, Antonio Mancini, mi pintor favorito, napolitano. Y la conexión con Vicenzo Gémito, escultor prodigioso, que retrató a Fortuny en una terracota llena de verdad y belleza. Gémito le hizo también un retrato insuperable a Verdi. ¡ Que grandes, que reunión de talento y verdad, que oficio trascendido, que sabiduría llena de nobleza! El arte, todavía entonces, merodeaba el misterio.
Recordaba a mi Maestro Espert, pensé en cuanto hubiera disfrutado con esta exposición, con sus tres adorados colegas, Fortuny, Mancini, Gémito.

Esos cielos azules de Fortuny rotos por las nubes en movimiento.
Creí haber escuchado al mismo Fortuny, hablarme al oído...Me decía con palabras entrecortadas:
-"La felicidad es esa sencillez de las nubes en el cielo"-
 Le respondí al Maestro con una pregunta:
- " ¿ Dónde esa levedad, dónde esa luz, dónde tanta belleza?"-

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