martes, 9 de junio de 2015

EL CANTO DEL PÁJARO

Entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y el ideal, entre la tierra y el cielo, no era de noche ni de día.
Todavía en el mundo de los sueños, jugábamos Pedro y yo, allá en Berango, el partido perfecto de tenis. La pelota no era redonda, tenía aristas especiales y aerodinámicas, pasaba de un lado a otro de la red a una velocidad más allá de lo visible, el revés no ofrecía dificultad alguna, y los efectos eran inútiles, la bola siempre salía plana, perfecta, dibujaba los ángulos y los dos corríamos a la velocidad de la luz, incansablemente, sin esfuerzo, el aire no ofrecía resistencia, el sonido no existía.
Fue entonces cuando el plano de la realidad se hizo audible. El canto más sublime de un pájaro desconocido, rompió el sueño. No era un mirlo, ni era la oropéndola amarilla, no, tampoco era el ruiseñor. Era un canto que surgía del centro del mundo, mi ventana abierta de par en par para evitar el calor abrumador de Junio, la brisa entraba y me acariciaba el cuerpo desnudo. No estaba el pájaro en mi jardín, quizá sonaba un poco más allá, en el parque central.
Abrí los ojos, el canto era real, miré el reloj, las cinco y diecisiete minutos de la madrugada, ese momento entre la oscuridad y el alba, entre el silencio total y el comienzo del sonido, la vida originándose. Intenté levantar mi cuerpo adormecido para captar ese canto sin igual, puse la grabadora en marcha, me volví a meter en la cama. Durante una hora esa belleza de canto emergió del silencio total circundante.
Volví a mi duerme vela.
En mi estudio una mujer hierática, posaba para mi, permanecía ahí en silencio y la luz incipiente del amanecer iba dando forma al gran ventanal, iluminaba su pelo y su piel, ella permanecía inaccesible en su ser inmutable y radiante, no sabía si la luz era del nuevo día o emanaba de su figura.
Poco a poco, el silencio fue convirtiéndose en un rumor de tráfico, los coches formaban un sonido marino uniforme.
Volví a mirar el reloj, eran las siete menos cuarto, el pájaro había dejado de cantar.
Intenté dormir cerrando los ojos, el día había amanecido algo nublado después de dos semanas  azules.
Ahora sonaba la urraca con su cacareo repetitivo, estaba posada en el ciruelo del jardín.
El rumor del tráfico se había intensificado.
El día volvía a empezar.
Encendí la grabadora para oír el misterioso canto del pájaro.
No se había registrado.

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