jueves, 11 de febrero de 2016

LAS CANCIONES Y SUS CANTORES

Se niegan a crecer, avejentados, pues la música les mantiene niños, cándidos cuando rompe en sus gargantas la melodía luminosa.
Siguen llevando el pelo largo y teñido, los brazos tatuados y la tristeza enamorada.
¿Es que la canción sólo es radiante si el cantante sigue siendo eternamente joven y bello?
Ellos fueron un día dioses subidos en el escenario, aclamados por la multitud, y al bajarse a su cotidianidad se sintieron desamparados.
Se subieron entonces al caballo para mantener su emoción al galope.
Muchos se quedaron por el camino, pero nos dejaron sus canciones.
Algunos elegidos convirtieron su inspiración en himnos imperecederos.
Y no olvides que esas canciones te acompañaron en tu primer beso, allí sonaban la primera vez que hiciste el amor. Y te ayudaron a sacar las lágrimas que tus ojos se negaban a expresar, acariciaron tu corazón y lo alzaron en vilo haciéndote, a ti también, divino.
¡Ah!, las hermosas canciones, me acompañan a todo volumen cuando cruzo las noches y los árboles pasan fugaces por la ventana del coche y la vida entera se condensa en unos acordes mágicos.
En el estudio acompasando mi emoción en una inspiración sostenida.
La vida sería menos soportable sin las notas musicales que nos consuelan de la incomprensión del mundo o ante el abandono.
La música, arte invisible, palabras en vuelo, corazones trazando sus piruetas en éxtasis, escalando y abismándose en la melodía sin siquiera rozar la tierra.
Y los cantores, dioses y humanos, errantes entre el paraíso y la triste acera adoquinada.

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