domingo, 10 de abril de 2016

EL CUADRO INTERMINABLE

Hay escritores de un solo libro, músicos de una sola canción y pintores de un mismo cuadro que nunca se acaba.
¿ Qué pasaría si esto se hiciera sin disimulo, si acabada la pintura se iniciara , en otro lienzo, el mismo motivo? Y así , en innumerables repeticiones nos fuéramos aproximando a nuestra íntima pretensión, al cuadro soñado.
¿ Por qué andan los escritores cambiando los nombres de sus personajes y el hilo de la trama para contarnos otra vez lo mismo?
¿ Quién tiene la sabiduría de escribir el poema y retirarse al silencio?
Pero la verdad es que el poema no sale redondo, siempre hay una precariedad, un algo más que no hizo su aparición, siempre acabamos la obra sintiendo una falta de presencia, ese misterio al que no acabamos de llegar.
Y por eso regresamos a la pintura, al lienzo en blanco, a la primera letra, a la búsqueda de la melodía definitiva, al himno que nos defina y nos colme.
Lo vulgar y ordinario es picotear, ser promiscuos, hoy abstractos, mañana surrealistas y al día siguiente modernos.
Lo singular es enamorarse cada mañana de la misma mujer, estar atentos a su evolución, tener la visión certera de que, bajo la misma apariencia, ese rostro es cambiante.
El sabio en su gruta recitaba sólo tres palabras:-" La vida es amor"-, convertía esas tres palabras en un mantra, en los eslabones de su propio rosario. Y el mundo diverso y multiforme poblaba invasivo la bóveda de su cerebro. Miles de imágenes fluían en su cabeza, igual que llegaban se iban, las olas del mar, la mujer de los ojos grises, el caballo negro, el oscuro asesino, el maestro de los cabellos blancos, el hijo que murió. Las imágenes pasaban, él las dejaba ir.

Mi amigo Joseph, pintor, vino a verme con una carpeta bajo el brazo:
-" Mira estas variaciones y bocetos para un cuadro que estoy preparando"-
En el primero una gaviota atravesaba los cielos.
En el segundo un desnudo de mujer dormía en una paz blanca.
En el tercero unos campos quemados dejaban un rastro de humo que se perdía en un horizonte amarillo.
Como la humareda, los tres bocetos se fundían en el mismo cielo y en el mismo cuadro.

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