jueves, 3 de noviembre de 2016

GALOPANDO

Lagun ladra ante la presencia de una pintura mía, se le encrespa el lomo, es el retrato de cuerpo entero de mi hijo Pedro cuando era un niño de nueve años, pintado a tamaño natural, hace más de cuatro lustros.
Lagun va tomando posesión de nuestra casa, ahora también la suya.
Sientes el escalofrío de que le pueda pasar algo ahora que es cachorro; un lazo más, un afecto más, el amor abarcando a las personas, a los animales, a los cielos y a la tierra que pisamos y en la que hemos crecido.
Camino junto a él y se va convirtiendo en mi sombra blanca y alada, la soledad es menos soledad, quizá eso es vivir, establecer lazos afectivos y aprender a ser libre de esos mismos lazos, no pesar a nadie, ayudar a vivir a los demás, soltar la correa de Lagun, él debe aprender también a correr por si solo, a volver a mi lado, a regresar a su casa.
Me entristece ver en el campo esas casetas con un perro encadenado, un pájaro enjaulado.
La tristeza del sometimiento.
Lagun corre entre los olivos persiguiendo a las torcaces y a los zorzales.
La alegría del galope.

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