Remueve por dentro, la música llega, la poesía está presente, el músico aparece y desaparece, desde su plenitud física y juvenil hasta que sus imágenes van perdiendo carnalidad; finalmente parece una calavera con melena, los ojos intensos hundidos en sus cuencas, miran, cómo nos miran!
Queda su música, hermosa, su nombre, Antonio Vega, su leyenda, que se perderá, que se irá difuminando, para que sólo suenen, al final, sus canciones y su voz.
Parece que el documental ha herido a sus familiares, pero está lleno de belleza, de testimonios auténticos, del avasallamiento de la droga, pero sobre todo de su universo creativo, íntimo. Las canciones se funden con las imágenes en movimiento, con las noches estrelladas, con el agua bautismal.
A mi me ha gustado el documental creado por Paloma Concejero, aunque también entiendo el dolor humano de sus seres cercanos, que finalmente se han desligado y han rechazado la película. Es curioso el parecido físico de Antonio Vega con Chet Baker, esas voces delicadas, esos rostros que conservaron un halo infantil incluso en sus momentos de destrucción.
El arte puede crear tanta belleza, y también suele ser frecuente ver a sus creadores bordeando los mundos de destrucción o hundirse en abismos de terror. Aún así, queda la música, queda la belleza, queda la canción. Esa es la pureza del arte, cuando es de verdad permanece incontaminado, más allá de las limitaciones humanas, de los dolores, de las terribles aniquilaciones.
En el documental puede que sobre alguna imagen, quizá esos descampados llenos de jeringuillas, es un subrayado innecesario y efectista. Pero la música, El Sitio De Su Recreo, el Chico de hoy, de ayer y de mañana, quedarán para siempre.
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