El prado verde, bajo la gran montaña, en una atalaya, divisando el valle. Las tierras rojas al fondo, en el horizonte lejano. Ese lugar, donde la luz queda suspendida y extrae el ser de cada cosa envolviendo lo vegetal, lo mineral y lo humano en lo inmaterial.
Esa luz que te lleva de la mano hasta la presencia del alumbramiento.
Un lugar para tumbarse en la hierba y regresar al silencio que precede a las cosas.
Un territorio para acoger la obra que van dejando unos pocos peregrinos alucinados.
(Para Marta Maíz y Enrique Herrada)
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