El mundo de las ideas, el mundo de las creencias, de las filiaciones políticas, las clases sociales, hay tantas diferencias que nos separan. Sin embargo hay una hermandad profunda, la de ser humano, esa unión es más fuerte que cualquier separación por motivos de raza, sexo o pertenencia a distintos credos. Sentimos y nos alegramos, padecemos por las mismas cosas, todos. Es ahí, en la capacidad de sentir al otro donde se produce la unión, la hermandad. La imprescindible empatía. Eso es la verdadera educación. He conocido pastores con un señorío y una elegancia más allá de su probable incultura, y a aristócratas que eran profundamente mal educados. Hay que huir del tópico, hay personas éticas que no creen en la trascendencia de nada, pero son seres humanos ejemplares, aman de verdad, y seres religiosos alejados de cualquier fanatismo, respetuosos con otras creencias. La calidad humana está en todas partes. También la maldad, aunque a veces se cubra con disfraces muy alabados y admirados.
La verdadera revolución es la educación. Personas que sepan respetar la opinión ajena, personas que no se quieran imponer, que no quieran dominar, que desarrollen su labor pensando no sólo en si mismos. Sin los demás nadie puede vivir.
La mitad de la tierra vive en la riqueza apoyándose en la miseria de la otra mitad. Pero es aún más grave. Hay un tercio de bien estar y dos tercios de miseria.
Y en esta parte de la tierra, en este estado del bien estar, reinan las depresiones, las drogadicciones, las mil y una dependencias, y sobre todo la adoración del dinero, que es en lo que verdaderamente cree la mayoría. Que gran tristeza.
Por eso dijo la madre Teresa que había visto mucha hambre de alimentos, y sobre todas las cosas, hambre de amor.
Entiendo que el gran Sebastiao Salgado tuviera que recorrer la belleza virgen de la Tierra inexplorada, para recobrar la fe en el hombre y en nuestro planeta.
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