En ocasiones ella me ve taciturno, en otro mundo, cree que estoy triste. Ella, que siempre ríe y sonríe, me hace sentir la injusticia de que yo no muestre una felicidad total. Pero esa melancolía ha estado en mi desde niño. Una querencia insatisfecha, un “este mundo no me basta”, un combate feroz contra el sinsentido del desamor, una mirada de asombro hacia el horizonte de la infelicidad, una incomprensión total por el triunfo de los mediocres trepadores y la derrota de los hombres puros, por el impuesto terrible que hay que pagar, a veces, para ganarse la vida.
Qué es lo que nos ocurre a los que necesitamos recrear el mundo...
Ella me llena el mundo con su sonrisa, hasta que vuelve a venir el cuervo sobrevolando la primera hora de la mañana con los hechos reales, consumados, y el mundo verdadero parece sepultado, oscurecido, olvidado. Y se trata de iluminarlo, de devolverlo al primer plano, de elevarlo a la superficie para que suceda de nuevo la necesaria revelación.
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