jueves, 2 de octubre de 2014

100 METROS

El atleta que se dispone a correr los 100m en velocidad sabe que de nada sirve su historial, son esos 100m los que cuentan: lo que él sea capaz de hacer, esa será su realidad. Si se trata de la final en unos juegos olímpicos esa va a ser su historia. Esos 8 segundos marcarán su vida.
Para afrontar esa presión se necesita una preparación especial, no sólo física sino psíquica.
Tener un cuerpo superdotado. Y mucho sacrificio y mucha vocación.
Y quizá tener claro que, digan lo que digan las crónicas de tus competiciones, la vida, la verdadera vida, no es la medalla, el triunfo o la derrota. La verdadera vida corre trepidante por otra pista, y esa no es la de atletismo.
Pero eso es difícil de asumir para una persona que dedica el 90% de su tiempo a entrenar, y que casi toda su actividad gira en torno a su capacidad de competir. Poner todos los huevos en el mismo cesto, ese es el dicho popular, algo que nadie debería hacer según la ortodoxia y el sentido común.
Por cada Usain Bolt, bello, longilineo, superdotado, risueño, feliz y despreocupado incluso en los momentos de máxima presión, único, hay mil atletas que se quedaron por el camino y que tuvieron que abandonar y no con una sonrisa en la cara precisamente.
Cualquier vocación te hace llegar a tus propios límites, y mas allá, el que no esté dispuesto a volver a cruzar otra vez sus  propias fronteras, abandonará, quedará preso de si mismo.
En ese proceso yo admiro al que llega a su propio paraíso, y quizá no sea el triunfo que todos esperaban; el paraíso quizá acabe siendo la sabiduría de conocerse, la lucidez de volver al origen. Y el origen es correr o dibujar o tocar el violín con la alegría del que empezaba, el inmenso placer de romper con la zancada el viento, de escuchar el propio acorde, la magia de ver surgir del propio lienzo la fuerza del árbol, la levedad del cielo y el color de la tierra.
El paraíso es siempre la ilusión del niño. Del niño eterno aunque se tengan cien años. 100 metros de felicidad, esa es la única realidad. El resultado, las crónicas, el puesto ocupado,  eso ya es el pasado, eso ya es la muerte, la verdadera vida es la zancada feliz que da el hijo del viento.

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