viernes, 17 de octubre de 2014

UN GUARDA

Tenía el rostro huesudo, el pelo lacio, los ojos grises, el único rasgo de su sensualidad en la boca carnosa. Hablaba pausado y movía las manos como si bailara  flamenco a ritmo lento. Había trabajado cuidando caballos, había sido basurero, jardinero, y finalmente encontró su lugar de guarda en una finca de Guadalajara. Subía y bajaba los barrancos y los cerros tan ligero como los corzos, se sabía los movimientos de los animales, sus pistas, yo le llamaba hermano lobo porque había en él algo salvaje. No le interesaba nada más que la vida, no podía vivir encerrado en una oficina, no tenía ni una sola debilidad comercial. Ni la ropa, ni los coches, ni actividades culturales, ni deportes. Sólo tenía ojos para los árboles, los ríos, los cielos. Sus verdaderos amigos eran su caballo negro y su setter laverack. En el campo era invisible, era del color del tomillo, aparecía ante ti como surgido de ninguna parte, silencioso como el lobo.
Había estudiado ingeniería de montes, pero nunca quiso ejercer. Tuvo una historia de amor que acabó y nunca quiso volver a esa dependencia, era un pájaro solitario, pero no había en él ni atisbo de amargura.
Ahora cuando vuelvo a La Barranquera, entro a las cuadras y acaricio a Rayo, su caballo negro. Es lo único que me cuesta entender. Se fue un día sin avisar, se fue con su morral y con Lagun, su setter blanco manchado de canela. Y dejó allí a Rayo. A veces pienso que ese lobo no tenía ya corazón, pero la gente tan libre es así. No sé qué cerros estará subiendo, bajo qué árboles dormirá, todas sus pertenencias cabían en ese morral de cuero gastado. Yo le echo de menos y le mando desde aquí mi recuerdo y mi abrazo, pero el nunca tendrá un ordenador ni entrará jamás en el blog de un maldito pintor.

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