jueves, 5 de noviembre de 2015

MI CASA

Fueron cinco días en el valle, como si fuéramos monjes, allí nos sometimos al estudio de lo que éramos, siempre es duro abrir nuestras fronteras personales. Si se mantienen las cancelas cerradas no se puede entrar a barrer, y la enfermedad sucede tantas veces por acumulación asfixiada.
El sexto día, cada uno de nosotros abandonó el grupo, y en soledad, ascendimos por distinto sendero, hasta la gran montaña.
Allí tuve una visión clara de lo que debía hacer de vuelta a casa.

Pero no sucedió en la realidad como me dictó la revelación.

Sigo entrando cada día en mi casa, poco a poco los plátanos de la calle se han convertido en árboles de gran tamaño. Al entrar en casa parece que entras en la cueva. La arpillera del suelo está gastada y habría que cambiarla, pero la casa me recibe fiel y no demanda nada nuevo.
Hay varios secretos acomodados en su interior, secretos compartidos entre las paredes de los cuartos, la vida va pasando como los árboles creciendo, y los fantasmas vagan por las distintas estancias, pero son fantasmas inocuos.
En algún momento soñé con una casa de luz y transparente entre las rocas del cerro alto, dónde los halcones trazaran sus descensos y sus planeos y los vientos marcaran el pasar de las horas con su silbido.
Ahora ya no sueño nada, pues creo estar dentro del sueño, y estas precarias paredes gastadas podrían ser un modesto paraíso de paz, todo se va derrumbando con su propia belleza, en silencio, en un cierto olvido.
Bajo los sueños rotos late una humilde verdad aceptada.
El sillón tiene ya la forma curvada de mi espalda.
Y yo sigo abriendo la puerta del estudio con la misma incertidumbre.

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