lunes, 20 de febrero de 2017

HIDEHIKO TAKAHATA










Teníamos 18 años, dibujábamos juntos horas y horas en el estudio de D. Amadeo Roca.

 Hidehiko Takahata era un dibujante único, a mi me gustaba su manera tan personal de dibujar, tan distinta, su forma obsesiva de ir a por la verdad de la estatua que nos servía de modelo. Iba tejiendo su entramado de trazos como si fuera una araña circundando el espacio en busca del volumen. Creaba ya, por aquel entonces, una nueva realidad, su grafismo barroco era una forma de revelación, él veía cosas que nadie más veía y las mostraba para que asistiéramos con sorpresa a ese alumbramiento.

Han pasado cuarenta años, y recibo una llamada de teléfono :
" ¿ Pedro Oriol?" -Si, ¿quién es?-
"Soy Hidehiko Takahata, Hiko, ¿ Te acuerdas de mi?... ¡Ah, Pedro, Pobre de mi, tengo 62 años "
Hiko no desperdicia una palabra, las pronuncia cortantes como el filo de un cuchillo bien afilado, antes de hablar piensa, en su cerebro hay una maraña de trazos y de realidades, pero se toma su tiempo para elegir la palabra que exprese la verdad elegida, el trazo que remarque todas esas previas tentativas en busca de la presencia. Te da la sensación de que va a decir algo más, pero esa frase escueta y rotunda tiene su punto y final. Si se ha tomado su tiempo para elegirla, no hace falta insistir más.

Tras la emoción del primer impacto de su voz a través del teléfono, intentamos concertar una cita, me dice que elija yo el lugar, le digo tres sitios y me niega los tres, finalmente me propone el círculo de Bellas Artes, allí dibuja él los desnudos al natural. Es su forma de cortesía oriental, te hace creer que tú puedes decidir el lugar del reencuentro, pero finalmente el único lugar posible es el que él ha elegido.

Voy en coche para ver a Hiko, recuerdo su boda hace ya tantos años, poco después regresó  a su tierra de origen, Japón, y allí , él y su mujer española, permanecieron ocho años.
 Regresaron a España y Hiko trabajó de panadero durante unos años y luego, de cocinero en un restaurante japonés, cerca de Ópera, en Madrid.

Dejó de dibujar y de pintar.

Ahora se ha jubilado.

 " Ya queda poco de vida, tengo que disfrutar, dibujar"
" Mi mujer me quiere como cocinero, no como pintor"
"Mis tres hijos son sencillos, no tienen la mente complicada del artista"

Te va desgranando las frases en golpes rotundos, escuetos.

Nos hemos reencontrado como si hubiéramos dejado de hablar ayer mismo y continuáramos la conversación hoy. Supongo que la gente dice que los artistas somos complicados por este tipo de cosas, el tiempo es distinto para nosotros, por ahí anda Velázquez y Rembrandt, nunca murieron, pero aunque sigamos viéndolos, no estamos locos.
Al abrir una de las carpetas de dibujos de Hiko, veo una cabeza prodigiosa, reclinada en paz sobre el suelo, una cabeza de mujer sin edad, de una belleza deslumbrante, una hermosura llena de tristeza, de gravedad, la vida latiendo.

Me acompaña Hiko al estudio de arquitectura de mi padre, quiero que él, arquitecto y gran dibujante, disfrute con HideHiko.

Al ver sus dibujos el arquitecto le dice a Hiko: " Son buenos, pero son tristes, ¿Te ha machacado la vida?
-" No, Hiko es fuerte, la vida es triste, pero mi ilusión se mantiene intacta"

Él va a seguir dibujando ya sin detenerse.
 Durante todos estos años aun sin dibujar, él ha seguido avanzando en su concepción del volumen, se ha hecho más sabio. Sus dibujos ahora están en otra dimensión.

Me he quedado con la cabeza de mujer.
Él me pidió una cantidad ridícula, yo le he pagado el dibujo dentro de los límites de la dignidad, pero en verdad muy lejos de su valor real.

Para mi sus dibujos están en ese nivel especial que tenía Giacometti o Balthus, pero los de Hidehiko son superiores pues en ellos brilla la pureza del hombre que no ha sido corrompido por el éxito y sigue, humildemente y sin desmayo, buscando la belleza y la verdad.

20 Febrero 2017




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