Hay rostros que brillan en su belleza intermitentemente, en un periodo de su infancia, en su primera juventud, luego se opacan, pierden su hermosura, atraviesan una época gris, pierden su personalidad, y resurgen en algún momento, vuelve a brillar el niño en el rostro del anciano, el hombre maduro en la mediana edad recobra la belleza del joven.
No somos como las plantas o los árboles, bellos en cualquiera de sus estadios.
Lo mismo ocurre con las almas, se extravían, el corazón pierde su identidad, el ser le da la espalda a su destino y huye en dirección contraria.
Hoy vi a un anciano que había recobrado su ser, soñaba joven, era él mismo, él, verdadero él, todos podemos ser hijos pródigos, incluso a los noventa años, todos podemos regresar al hogar.
O partir, y abrir el candado de la cárcel.
No es la dirección del camino lo que importa, sino el impulso que te hace ir o volver.
Vivir en la ilusión.
En el sueño.
Recobrar nuestro verdadero rostro.
Verte por sorpresa en la cristalera del escaparate pasajero, reconocerte, ese soy yo.
Ir o volver, eso está en la superficie, siempre caminamos hacia delante, puede que cerca del suelo el aire circule en remolinos, pero arriba en la cumbre ayer es ayer, el aire todo lo barrió, ya solo existe el avance.
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