miércoles, 4 de marzo de 2015

ERNST JÜNGER

Me gusta la escritura matemática de Ernst Jünger, esa progresión milimétrica con la que nos lleva, desde la superficie de todo lo terrenal, hasta adentrarnos gradualmente en los mundos mágicos, profundos, metafísicos. Su inmenso amor a la naturaleza, sus descripciones exactas de las corazas de los escarabajos, sus estudios de los coleópteros, su combinación de hombre de acción y contemplación, soldado en las dos guerras mundiales, herido en combate siete veces, condecorado como héroe y a la vez filósofo, naturalista, novelista, poeta, ensayista, memorialista, historiador. Una especie de Druida mágico, que supo dar con el elixir de la eterna juventud, vivió ciento tres años y siguió creando hasta su muerte.
Desde que lei “ El libro del reloj de arena”, Jünger pasó a ser parte activa de mi vida, un hermano mayor que tiene la palabra justa para inspirarte.
Se me aparece en los sueños, él está esperándome en una subida escarpada, en una curva del camino y me impulsa a seguir ; es este un sueño que he tenido más de una vez. Y me habla al oído: -“ No te quedes en la curva sin salida”-
A menudo ocurre que tus mejores amigos no los encuentras en tu vida cotidiana y social, hay otra energía en otros territorios fuera del tiempo, suspendidos entre la vida y la muerte, eternos, quizá un adelanto de la tierra prometida.
Jünger escribió también sobre los alucinógenos, no como un adicto, sino como un hombre que quería investigar hasta lo más profundo de su humanidad. Explicó con lenguaje claro los mundos visionarios y psicodélicos.
Era un sabio que tocaba todos los palos del conocimiento humano, siempre original, alejado de unos y otros para poder acercarse a la verdad. Le faltaron sólo dos años para vivir en tres siglos. Vio nacer los antibióticos, la bomba atómica y las computadoras. Observó el nacimiento y la caída del comunismo y el fascismo, la guerra fría y la globalización. Vivió la muerte de sus padres y de su mujer, se volvió a casar y sufrió la muerte de su hijo. Viajó por todo el mundo, de oriente a occidente, con una capacidad de observación lúcida y tenaz.
Recibió la gran cruz del mérito militar, la máxima distinción alemana, y mucho tiempo después dejó escrito: “ El uniforme, las condecoraciones y el brillo de las armas, que tanto he amado, me producen repugnancia”.
Fue acusado de Nazi, y salvó a cientos de judíos deportados. Recibió el premio Goethe y le fue negado el Nobel varias veces.
Toda esta exuberancia de dones y recorridos, hacen de su escritura una aventura de sabiduría y belleza con toda la gama de grises y claro oscuros, la turbulencia asoma desde lo hondo atravesando su claridad, la rica contradicción late bajo su prosa clara, la poesía se fusiona con la exactitud del cirujano. Habla de los otros mundos como quien ha visitado el jardín cercano, ni siquiera se descompone en el arrebato ni en la descripción precisa de los crímenes masivos bélicos. Es un caminante con su cuaderno de apuntes en la mano y nos va describiendo, siempre con la misma precisión, un cuadro de Alberto Durero, para en la siguiente página, anotar la disección de una libélula. Su lenguaje es siempre armónico, clásico, ni un efectismo en su escritura.
Habla sobre las subidas y bajadas de las mareas o de las distintas mediciones del tiempo humano y parece que estás escuchando las claves del universo.
Habita mis sueños, este maestro de maestros, abruma pensar cuánto se puede llegar a vivir con la más alta y noble intensidad.

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