martes, 3 de marzo de 2015

LUIS EL FOTOGRAFO




He estado con ese amigo, y él conmigo. Un día llegué a él con pánico, mi propia naturaleza en extravío, no podía respirar, no podía permanecer quieto, el nervio a galope, la mirada turbia, el desasosiego al límite. Las palabras ya no liberaban nada, pero su sola compañía era un sostén, una frágil ancla para mantenerme aquí.
Nos hemos reído juntos tantas veces, nos hemos preguntado y hemos puesto a prueba todos nuestros planteamientos vitales y nuestros valores, nos hemos confesado debilidades, también nuestras supuestas heroicidades. Y ahí seguimos.
En un momento difícil me dejó su casa estudio, él no estaba, se había ido a navegar el mediterráneo, con su mujer.
Pasé una semana entera en mitad del bosque, en su cabaña de luz. Estuve esos siete días en silencio, cantaban los mirlos y las oropéndolas, y los pájaros carpinteros repicaban en los pinos del barranco.
Sus instrumentos fotográficos y sus trípodes ocupaban una esquina del salón abierto a la luz, acristalado, y las nubes pasaban lentas por la bóveda celeste, los cipreses se iluminaban y se ensombrecían, lo de fuera estaba dentro y lo interno no tenía límites ni barreras. Aquella semana asistí en silencio y con el mismo ritmo de las nubes, a mi suave resurrección.
Pensé en lo grande que es tener a un amigo de verdad.
No he dicho de que color son sus ojos, ni cómo es el timbre de su voz, casi no le he mencionado. Tiene una personalidad fuerte, y sin embargo el amigo me abrió su espacio, me dejó entrar en su cabaña, se fue y me salvó la vida. En aquella estancia de luz recuperé mi alma, volví a ser.
Eso es amistad, eso es generosidad. Algún día haré su retrato.


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