viernes, 20 de junio de 2014

HERMAN HESSE

Era transmisor, romántico, poético, las luchas interiores se veían reflejadas en sus escritos, también las conquistas alcanzadas; no se vanagloriaba de ellas. Era venerable porque admiraba con entusiasmo, y lo mas importante, el amor a la vida siempre irradiaba en sus cartas, en sus reflexiones, en sus poemas, en sus novelas. Artista completo, sus acuarelas y sus paisajes transmitían la belleza de quien recorría la naturaleza como  caminante incansable. También la música ere eje central de su sensibilidad. Ahí está El Juego de los Abalorios, su última novela total. Y ese personaje inolvidable, El Magister Musicae, sublimación del propio Hermann Hesse.
   Narciso y Goldmundo,  El Lobo Estepario,  Demian, El Juego de los Abalorios, Siddhartha...
¡ Con que entusiasmo uno puede llegar a leer, que pasión puede haber también en el lector ! .  Más aún, cuando este encuentra en el escritor su propio mundo reflejado; noches de lectura, soledad compartida, hermandad. ¡ Benditos los que han dejado una obra auténtica !
 Empecé leyendo , por casualidad , Peter Camenzind, obra juvenil de Hermann Hesse. En ella cuenta la historia de un vagabundo solitario, hijo de campesinos, que abandona el hogar paterno, en un pueblo de las montañas, para conocer mundo.  Y ahí empezó el hechizo. El enamoramiento se produjo a medida que leía más, no sólo sus novelas, sino otro tipo de escritos, como Obstinación, Mi Credo, Pequeñas alegrías, escritos autobiográficos donde mostraba su verdad.
 Hermann Hesse es un escritor iniciático. Algunos hablan de él como "ese escritor para adolescentes con problemas de formación...". Creo que su obra recobra vida siempre que vienen los tiempos difíciles de crisis. Porque,  él,  refleja como pocos la impermanencia de lo vivo, la fragilidad, la vulnerabilidad de todo aquello que amamos. Lo difícil que es abandonar el mundo infantil y adentrarse en la madurez, las profundas crisis espirituales que hay que atravesar para llegar a una cierta sabiduría despojada de fanatismos y  seguridades.
En cualquier caso y en cualquier época, Hesse es inagotable. Sus libros están llenos de emoción y belleza, de fe, de rostros inolvidables, de los contrarios que se muestran para fundirse en lo total, de veneración y respeto a sus mayores, pero con una determinación lúcida que le hace cruzar fronteras y seguir obstinadamente su propia voz. Seguir siempre hacia adelante, aunque no con la frialdad del impasible, sino con el dolor de quien deja atrás algo muy querido, y sabe, sin embargo, que su lugar está más allá, en un nuevo territorio.
 Si uno observa la finura de los rasgos de su boca, la delgadez de su cara, la profundidad de su mirada azul tras las redondas gafas, ve ahí, en ese rostro, toda la sensualidad del artista y todo el misticismo de su aventura personal.
Maestro Hesse.

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